A pesar de que Muhammad era el señor de la península arábiga; nunca pensó en los títulos nobiliarios, ni se empeñó en obtenerlos, sino que permaneció en su estado inicial y se conformó con ser el Mensajero de Dios y servidor de los musulmanes; se limpiaba a sí mismo, arreglaba sus calzados, siempre fue generoso y bondadoso como el viento que trae lluvia. No había pobre ni desheredado que acudía a él y al que no le daba lo que tenía. Y a menudo, todo lo que tenía era escaso y apenas le era suficiente para sí mismo